El presente artículo forma parte de la Tesis de Maestría en Psicología Forense realizada por el autor en el John Jay College of Criminal Justice de la City University of New York, gracias al apoyo otorgado por el Poder Judicial.
Introducción
El concepto de psicopatía es frecuentemente asociado con una serie de características psicológicas distintivas de sujetos severamente desequilibrados o con asesinos y delincuentes violentos y hasta con monstruos al estilo de las películas de detectives estadounidenses. Automáticamente se nos vienen imágenes de sujetos con aberraciones sexuales, asesinos en serie, sujetos sin control alguno de sus impulsos agresivos que son fácilmente identificables debido a su evidente “desajuste” y cuya mayoría se encuentran internados en una institución psiquiátrica o recluidos en una prisión. Sin embargo, en contraposición con estas concepciones usuales, la investigación científica ha demostrado que los psicópatas son más comunes y difíciles de identificar de lo que se pensaba. Si bien es cierto su trastorno de personalidad los hace más propensos a entrar en conflicto con la ley, es común encontrarlos en lugares en los que sus características les permiten surgir y ser exitosos.
No existe un acuerdo generalizado entre los investigadores y clínicos en cuanto a las causas o factores que determinan el surgimiento de un trastorno de personalidad psicopática. En la literatura se pueden encontrar modelos explicativos desde muy diversos enfoques. Algunos enfatizan en explicaciones psicodinámicas, interpersonales y evolutivas (Millon y Davis, 2000) mientras que otros integran modelos neuropsicológicos y psicoanalíticos (Kernberg, 1998; Meloy, 1988). Explicaciones cognitivas y teorías de procesamiento de información son también comunes (Newman, 1998).
A pesar de esta diversidad teórica en torno al concepto de psicopatía, se observa en la actualidad una marcada aceptación a nivel metodológico y diagnóstico de la descripción proporcionada por Cleckley (1976) y operacionalizada y validada empíricamente por Hare (1980), como una alternativa viable al muy criticado Trastorno de Personalidad Antisocial (TPA) propuesto en el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales, en su versión más reciente (APA,1994). Para citar solamente una de estas críticas, Lykken (1995) ha señalado que debido a que puede existir una gran variedad de causas psicológicas para una acción determinada, clasificar a las personas por sus acciones más que por sus disposiciones psicológicas o rasgos es menos útil para los propósitos de la ciencia. En su opinión el TPA responde más a una necesidad legal del sistema de justicia criminal. En la búsqueda de confiabilidad diagnóstica a través del uso de criterios específicos no inferenciales (comportamientos observables), desarrollaron una categoría en la cuál la mayoría de los criminales puede encajar sin ningún problema. Es evidente que las personas que son clasificadas en esta categoría son psicoló-gicamente heterogéneas y sus disposiciones antisociales varían ampliamente al igual que la etiología de las mismas.
La discusión conceptual en torno a la psicopatía es inexistente en nuestro medio. Lo anterior fundamentalmente debido a que en nuestro país no existe una tradición académica suficientemente desarrollada que delimite claramente el campo de acción de los psicólogos en las distintas áreas de aplicación forense. En las últimas décadas la psicología se ha visto muy influenciada por una concepción de corte sociologista, inspirada en la criminología latinoamericana, y que se ha conceptualizado como “psicología crimino-lógica”. Si bien es cierto que en distintas universidades del país se imparten cursos enfocados principalmente desde esta perspectiva particular, lo cierto es que su desarrollo como disciplina ha sido bastante asistemático e improductivo a nivel de su aporte teórico e instrumental en la cotidianeidad del trabajo psicológico. Por otra parte, el concepto de psicología forense se ha visto reducido al peritaje clínico forense, especialmente por razones de orden institucional laboral al interior del Poder Judicial. De acuerdo con Aguilar (1994) la psicología clínica forense se ha circunscrito a evaluaciones psicodiagnósticas con la finalidad de determinar las capacidades volitivas, cognitivas y judicativas, o determi-nantes de la conciencia de ejecución del acto de personas involucradas en procesos judiciales, esto con el propósito de establecer su responsabilidad penal, o su capacidad civil.
Estas dos tradiciones esbozadas rápida-mente evidencian dos enfoques de la relación entre la psicología y el sistema de justicia diametralmente opuestos: por un lado la “psicología criminológica” como heredera de una concepción sociológica y criminológica que ha tomado fuerza especialmente desde el sistema penitenciario costarricense y, por otro, un modelo de evaluación psicológica de fuertes raíces en la psicología clínica, el cuál se ha desarrollado fundamentalmente con el aporte de psicólogos del Poder Judicial. Si bien es justo reconocer que el aporte de todos los psicólogos involucrados en este proceso ha sido de un valor incuestionable, es también cierto que no se le ha dado la importancia requerida al desarrollo y especialización de una disciplina de tanta importancia para el país.
La relación entre la psicología y el sistema de justicia es un área altamente compleja y en constante desarrollo. Consecuentemente, no existe un enfoque teórico ni metodológico acabado que de cuenta de la diversidad de campos de acción en los que el psicólogo forense participa cotidianamente. Nos encontramos frente a una disciplina de la psicología aplicada relativamente reciente pero que en las últimas décadas ha producido una inmensa cantidad de investigaciones en otros países, tendientes a la comprensión de fenómenos tan diversos como el delito en serie, las consecuencias de eventos traumáticos en víctimas de violencia, la relación entre personalidad y conducta criminal y violenta, los factores biológicos que intervienen en el comportamiento violento, la relación entre los trastornos mentales y el delito, entre otros.
De esta forma, es necesario incorporar en nuestra experiencia los avances en este campo que se realizan en otros países. La tendencia a nivel de Norteamérica y Europa es la de agrupar dentro de la categoría de Psicología Forense esta amplia variedad de enfoques teóricos y prácticos alrededor del papel del psicólogo en el sistema legal. Como bien lo han expuesto Bartol y Bartol (1999), el campo de acción de la psicología forense esta referido a la producción y aplicación de conocimiento psicológico a los sistemas de justicia criminal y civil. De esta forma, la psicología forense incluye actividades tan variadas como las evaluaciones para decidir la custodia de menores de edad, la selección de candidatos a policía, la atención clínica a personas privadas de libertad, la investigación aplicada en el área del comportamiento criminal, así como el diseño e implementación de programas de prevención e intervención para ofensores juveniles. En esta misma línea de pensamiento, Hess (1999) menciona que la psicología forense puede definirse a partir de las siguientes funciones: proveyendo servicios psicológicos en los sistemas legislativo o judicial, desarrollando conocimiento especializado de aspectos legales en la medida que éstos afectan la práctica psicológica y conduciendo investi-gación en cuestiones legales que involucran procesos psicológicos. Psicología en la ley, psicología para la ley y psicología de la ley son los componentes de la psicología forense. Se puede resumir con Wrightsman (2000) y decir que la psicología forense se refleja en cualquier aplicación de métodos o conocimiento psicológico a una tarea impuesta al sistema legal. Desde este punto de vista, el psicólogo forense puede desempeñar diversos papeles: perfilador criminal, evaluador de custodia de niños, consejero o terapeuta policial, psicólogo penitenciario, testigo experto o investigador científico.
Este artículo se inscribe dentro de esta concepción amplia de psicología forense, por lo que no se restringe la aplicabilidad del concepto de psicopatía a subsistemas particulares del sistema de justicia. La mayoría de investigadores en el campo de la psicología forense en Norteamérica y Europa ha optado por el constructo de psicopatía propuesto por Robert Hare. Se pueden encontrar estudios desde muy variados enfoques teóricos que utilizan la Lista de Chequeo de la Psicopatía (PCL-R, por sus siglas en inglés) como criterio diagnóstico de psicopatía. Como bien lo ha expresado el mismo Hare (1999a), la etiología, dinámicas y límites conceptuales de este trastorno siguen siendo temas de debate e investigación, sin embargo hay una tradición clínica consistente que reconoce sus atributos principales. En el apartado siguiente se realiza una breve revisión histórica de la tradición clínica que sustenta este constructo.
Desarrollo Histórico del Concepto de Psicopatía
En la tradición clínica, el término “psicopatía” ha sido utilizado para describir individuos que presentan un funcionamiento intelectual adecuado pero que parecen tener un defecto profundo en el ámbito afectivo o inhibitorio que les afecta su habilidad para conducirse apropiadamente (Newman, 1998). Desde esta perspectiva, Millon, Simonsen y Birket-Smith (1998), realizan una revisión detallada del concepto en Europa y Estados Unidos a partir del siglo diecinueve, llegando a la conclusión de que el mismo tiene una larga tradición clínica e histórica y que en la última década un amplio cuerpo de investigación ha establecido su validez tanto desde un punto de vista psicodinámico como neurobiológico.
Ubican estos autores a Philippe Pinel como uno de los primeros en reconocer que la locura no necesariamente significa la presencia de un déficit en las capacidades de razonamiento. Describía él este tipo de casos como manie sans délire (demencia sin delirio) y se caracterizaban por actos impulsivos y auto-agresivos, a pesar del hecho de que reconocían la irracionalidad de lo que hacían. El médico estadounidense, Benjamin Rush, describió a los inicios de los años 1800 casos similares a los de Pinel, caracterizados por lucidez de pensamiento combinada con conductas socialmente inadecuadas. El se refería a estos individuos como poseedores de una moralidad depravada innata.
Ya por el año 1835 el autor inglés J.C. Prichard, reconocido como el primero en formular el término “demencia moral”, sostenía que existía un tipo de individuos que compartían un defecto común en sus capacidades para guiarse de acuerdo con “sentimientos naturales”, es decir, por un sentido intrínseco y espontáneo de lo correcto, lo bueno y de responsabilidad. A pesar de su habilidad intelectual para comprender las opciones ante ellos, eran movidos por una fuerza afectiva superior que los llevaba a involucrarse en comportamientos socialmente repugnantes.
Sin embargo, el concepto de demencia moral como síndrome clínico tiene poco en común con nociones contemporáneas de psicopatía o de personalidad antisocial. Tantos eran los trastornos incluidos en la categoría de Prichard que casi todos los trastornos mentales menos la esquizofrenia y el retardo mental serían diagnosticados hoy en día bajo la misma. La contribución principal de Prichard fue que se constituyó en el primer teórico en establecer la diferenciación en los pronósticos clínicos (prognosis) de aquellos con características clínicas de larga duración con aquellos casos en los que éstas emergen en respuesta a un estrés temporal.
Un autor importante de finales del siglo diecinueve es J.L. Koch quien propuso que el término “demencia moral” fuera reemplazado por el de “inferioridad psicopática”, en el que incluía todas las irregularidades mentales (congénitas o adquiridas) que influenciaban al individuo en su vida personal y que lo llevaban, en el mejor de los casos, a parecer que no se encontraba completamente en posesión de una capacidad mental normal. El término de “psicopático”, una etiqueta genérica hasta muy reciente para denominar todos los trastornos de personalidad, fue escogido por Koch en 1891 para enfatizar su creencia de que existía una base física en estos trastornos, específi-camente, una inferioridad en la constitución del cerebro. Al igual que Prichard, este autor incluía un amplio grupo de condiciones en esta categoría de inferioridad psicopática, de los cuáles solo un pequeño grupo sería considerado hoy en día dentro de los parámetros actuales de personalidad antisocial. Distinguía Koch tres subgrupos de psicópatas: disposición psicopática (tensión y gran sensibilidad), estigma psicopático (peculiaridades, egocen-tricidades, furia impulsiva) y degeneración psicopática (estados mentales limítrofes).
En sus varias ediciones de “Psychiatrie: Ein Lehrbuch” (Psiquiatría: Libro de Texto), Emil Kraepelin, refleja los distintos énfasis dados al síndrome psicopático en su época. En la segunda edición del año 1887 habla sobre el “moralmente insano”, como alguien que sufre defectos congénitos en su habilidad para retener la gratificación irresponsable de deseos inmediatos egoístas. Para la quinta publicación de su obra, en el año 1896, habla de “estados psicopáticos”, entendidos como personalidades enfermas durante toda la vida. En la séptima edición de estas misma obra, la cuál se publica en 1903 se refiere a estos estados como “personalidades psicopáticas”, con lo que agrupaba aquellas formas peculiares del desarrollo de la personalidad que podían entenderse como una forma de degeneración. Ya para la octava edición del año 1915 Kraepelin describía a los psicópatas como deficientes ya sea en el afecto o en la volición. Los agrupada este autor en dos amplias variedades: los de una disposición enfermiza y aquellos que exhibían peculiaridades en su personalidad. En este segundo grupo incluyó 7 tipos: el excitable, el inestable, el impulsivo, el excéntrico, el mentiroso y engañoso, el antisocial y el peleador.
Otro de los pensadores influyentes en este campo a inicios del siglo veinte fue K. Birnbaum quien realizó sus estudios en Alemania durante el tiempo en que Kraepelin hacía sus últimas publicaciones. Este autor fue el primero en sugerir que el término “sociópata” podría ser más apto para describir el tipo de casos expuesto por Kraepelin. En su opinión, no todos los delincuentes del tipo psicopático eran defectuosos moralmente o constitucionalmente inclinados hacia el crimen. Para él, el comportamiento antisocial muy raras veces se enraizaba en características inherentemente inmorales del carácter, por el contrario, lo concebía más como un reflejo de las fuerzas sociales que hacen las formas más aceptables de conducta y adaptación difíciles de adquirir. Para este autor el sociópata era un producto del aprendizaje social y de influencias ambientales tempranas deficientes.
Por otra parte, el psiquiatra alemán Kurt Schneider en su obra principal,“Die Psychopathischen Personlichkeiten” (Las Personalidades Psicopáticas), aparecida por primera vez en 1923, enfatiza en la idea de que estos sujetos se caracterizan por una vida emocional poco intensa, así como por la carencia de vergüenza, decencia, remor-dimiento y conciencia. Son descorteses, fríos, irritables y muy violentos cuando cometen crímenes. Conocen y entienden el código moral social, pero son indiferentes hacia él.
La contribución de pensadores con orientación psicoanalítica en este campo ha sido también importante. Meloy (1988) en su libro “The Psychopathic Mind: Origins, Dynamics, and Treatment” (La Mente Psicopática: Orígenes, Dinámica y Trata-miento), señala que los escritos de Freud estimularon a Franz Alexander a escribir sobre los orígenes psicogenéticos y biogenéticos de la psicopatía. Alexander distingue varios niveles de psicopatología de la personalidad: neurosis, carácter neurótico, psicosis y verdadera criminalidad. En este modelo trata de reflejar una secuencia en la disminución de los niveles de habilidad del ego para controlar impulsos inconscientes, donde el “neurótico“ despliega la mayor capacidad y el “verdadero criminal” la menor. En opinión de este autor, la perso-nalidad subyacente de los psicópatas era el carácter neurótico debido a su tendencia a actuar (act out) sus conflictos en lugar de transformarlos intrapsíquicamente. A pesar de que esta concepción ha sido criticada de simplista, Alexander en su libro de 1935 “The Roots of Crime” (Las raíces del crimen) evidencia un entendimiento claro de la conducta antisocial como el resultado de un interjuego complejo de procesos intrapsíquicos, fuerzas sociales y disposiciones constitucionales (Millon y otros, 1998).
Otros escritores de la línea psicoanalítica que hicieron su aporte para la comprensión de la psicopatía de acuerdo a lo planteado por Millon y otros (1998) son: Wittels, quien en 1937 publica una obra en la que establece una diferencia entre psicópatas “neuróticos” y “simples”, los primeros fijados en la etapa fálica y temerosos de sus impulsos bisexua-les, mientras que los segundos directamente gratificaban estos impulsos; Karpman quien en 1941 distinguía dos variantes de la psicopatía, el “idiopático” (el verdadero criminal sin sentimientos de culpa e insensible a los sentimientos de los otros) y el “sintomático” (carácter neurótico, acciones basadas en dificultades inconscientes irresueltas); Levy, por su parte, propone en el año 1951 su tipología basado en lo que él concebía como formas diferentes de experiencia temprana donde diferencia entre el psicópata “deprivado” (producto de una crianza severa) y el “gratificado” (resultado de sobre-evaluación parental).
Meloy (1988) ha destacado que otros autores psicoanalíticos que han contribuido con escritos en este campo son Karen Horney, Otto Fenichel y Wilhelm Reich quienes publican obras relevantes en la comprensión de la vida inconsciente de los psicópatas en el año 1945. Para la primera, la explotación interpersonal, característica de los psicópatas, es una estrategia para disminuir sus sentimientos de esterilidad y desesperanza. Sus engaños se constituyen en triunfos por lo que perpetúan sus estados emocionales y se refuerzan sus sentimientos de omnipotencia. Fenichel por su parte enfatiza en la inconstancia de objeto en el carácter psicopático y los déficits y distorsiones consiguientes en las identificaciones tempranas. La contribución de Reich a la psicodinamia psicopática fue su formulación concerniente a la libido del carácter fálico-narcisista. Estas personas eran vistas como muy seguras de sí mismas, algunas veces arrogantes, adaptables a distintas situaciones, activas y caracterizadas por comportamientos abiertamente agresivos y sádicos.
Por último, dentro de la tradición psicoanalítica, hay que destacar los aportes realizados por los teóricos de las relaciones objetales. Ellos han proporcionado ricas bases conceptuales para una mejor comprensión psicodinámica de la psicopatía. Otto Kernberg (1992, 1998) ha conceptualizado explícitamente la psicopatía como una variante severa del trastorno de personalidad narcisista. Para él, deben contemplarse en la comprensión de la psicopatía: las anomalías en los sistemas neuroquímicos que codeterminan la activación afectiva; los déficits en funciones perceptivas y cognitivas derivados de patología del sistema nervioso central; la influencia directa de distorsiones severas en vínculos tempranos derivados de la experiencia de dolor físico, abuso físico y sexual, y abandono; así como la compleja interacción entre el infante y las figuras parentales que van a determinar la internalización de códigos morales.
Para Kernberg (1998) lo que él denomina el Trastorno de Personalidad Antisocial Propia-mente Dicho, esta en estrecha relación con el concepto de psicopatía desarrollado por Robert Hare, y ambos en conexión directa con las descripciones clásicas de Cleckley, evitando así lo diluido del concepto de Trastorno de Personalidad Antisocial del sistema de clasificación psiquiátrico (DSM IV). Según este autor, la psicopatía constituye la forma más severa de narcisismo patológico y su característica estructural esencial es la marcada distorsión, ausencia o deterioro del sistema superyoico. Esto tiene como conse-cuencia una dependencia total del psicópata en signos inmediatos externos para la regulación de su conducta interpersonal.
El trabajo de Hervey Cleckley, publicado por primera vez en 1941 “The Mask of Sanity” (La Máscara de Salud Mental), es sin duda una de las obras fundamentales para la comprensión del concepto actual de psicopatía. Es amplia-mente reconocido (Gacono y Meloy, 1994; Hare, 1991) que el trabajo de Cleckley ha influenciado la mayor parte de los desarrollos teóricos y empíricos actuales en torno al concepto de psicopatía. Introduce este autor un término alternativo, la “Demencia Semántica”, acuñado al observar la tendencia de estos sujetos a decir una cosa y hacer otra. Desde su perspectiva, los psicópatas sufren de una insuficiencia para comprender y expresar el significado de experiencias emocionales, aún cuando su comprensión del lenguaje es normal. Su insuficiencia para apreciar los componentes afectivos de la experiencia era enmascarada por sus adecuadas habilidades intelectuales. Incapacitados para comprender el sufrimiento que su comportamiento produce en otros, no desarrollan una conciencia y por lo tanto se caracterizan por la carencia de empatía y de remordimiento (Millon y Davis, 2000).
Para Cleckley (1976/1988), la demencia semántica era un trastorno severo del lenguaje que se enmascaraba con la producción mecánica de un discurso coherente, pero fingido.
Pero probablemente la contribución más importante de Cleckley es sin duda su descripción de dieciséis criterios conductuales que caracterizaban al psicópata, tales como ausencia de remordimiento o vergüenza, pobre juicio e incapacidad para aprender de la experiencia, egocentrismo patológico e incapacidad para establecer relaciones amorosas, reacciones afectivas pobres y un encanto superficial, entre otras. Enfatizaba Cleckley que mientras que el psicópata no fuera un participante directo, su juicio acerca de aspectos éticos, evaluativos y emocionales, así como sus habilidades verbales y de abstracción no evidenciaban defecto alguno. Sin embargo, cuando la evaluación de la acción lo involucraba a él mismo, rápidamente se evidenciaban amplias deficiencias en estos niveles.
En los últimos años se ha logrado un avance significativo en la tarea de delimitar el concepto de psicopatía, la estructura de características psicopáticas así como la psicopatología asociada a este concepto (Livesley, 1998). Los criterios desarrollados por Cleckley han sido empíricamente definidos y validados por Robert Hare (1991) en los últimos años en la forma de una lista de chequeo (PCL). En lo que resta de este artículo, nos concentraremos en este enfoque debido principalmente a que su uso es muy amplio en distintos ámbitos de la psicología forense. Se puede encontrar referencias al PCL-R en una gran cantidad de estudios sobre reincidencia, violencia, criminalidad, tratamiento psicológico, peligrosidad y evaluación del riesgo de violencia sexual y de violencia en general, entre otros.Estrategias de evaluación de la Psicopatía
El propósito de una evaluación de psicopatía varía de acuerdo a la naturaleza del contexto y de la funcionalidad de la misma. De esta forma, antes de que un sujeto sea sentenciado,
al psicólogo forense usualmente se le consulta en relación con la peligrosidad y estado mental del evaluado. Por otra parte, una vez que el sujeto ha sido institucionalizado, las preguntas giran en torno a las necesidades en relación con el manejo del sujeto al interior de las mismas (severidad de la psicopatía, simulación, disposición hacia el tratamiento, estado mental, riesgo de violencia, sadismo, tratamiento en niveles más abiertos, clasificación). En síntesis, la evaluación se centra en aspectos de diagnóstico, tratamiento y evaluación del riesgo (Meloy y Gacono, 2000).
El psicólogo forense es usualmente un evaluador más que un psicoterapeuta. Su función es la de realizar una investigación a profundidad para recoger datos y elaborar recomendaciones que deben estar técnica-mente fundamentadas. La confusión entre estos dos roles fundamentalmente distintos (evaluador o terapeuta) puede conducir a un mal uso de la información y a comportamientos no éticos (Meloy y Gacono, 2000). Existe un problema adicional cuando se evalúa la psicopatía: la mayoría de ellos son crónicamente manipu-ladores y mienten para confundir al evaluador (proyección de la culpa, simulación o exageración de síntomas psiquiátricos). Debido a lo anterior, se debe reconocer la necesidad de reunir información de al menos 3 fuentes distintas: la entrevista clínica, información histórica independiente (expedientes y entrevistas a terceros) y una evaluación psicométrica (Meloy y Gacono, 2000).
Investigadores y clínicos usualmente confunden inapropiadamente la psicopatía con la sociopatía y con el trastorno antisocial de la personalidad planteado en el DSM-IV (APA, 1994), como si estos conceptos fueran sinónimos. Sin embargo, estos constructos se han originado de concepciones teóricas diversas y manifiestan diferencias relevantes a nivel clínico, así como discrepancias medibles empíricamente (Gacono, 2000). El uso de estos términos de forma indiscriminada y usualmente de forma traslapada en la literatura y práctica psicológica forense, contribuye únicamente a exacerbar limitaciones metodológicas en el proceso de diagnóstico y evaluación.
El término de sociopatía fue utilizado en la primera versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM) de la Asociación de Psiquiatría Americana (APA) publicado en 1952, describiendo una variedad de condiciones tales como la desviación sexual, el alcoholismo, y las reacciones disociales o antisociales. La introducción del Trastorno Antisocial de la Personalidad (TAP) en el DSM-II preservó los criterios de reacción antisocial incluidos en su edición previa a la vez que incorporaba rasgos de personalidad similares a los propuestos por Cleckley y Hare (Bodholdt, Richards y Gacono, 2000). Sin embargo, la introducción del DSM-III implicó la desaparición de las características tradicionales de la psicopatía. En este sentido, Gacono (2000) ha señalado que las subsecuentes versiones del DSM (1980, 1987 y 1994) han reflejado el predominio de un modelo de la desviación social y una confianza permanente en criterios conductuales. De igual forma, Lykken (1995) ha llamado la atención en el sentido de que el concepto de TAP del DSM-IV ha tomado un giro abrupto hacia la criminología convencional, produciendo a través del uso de confiabilidad diagnóstica y de criterios específicos no inferenciales, una categoría de personas psicológicamente heterogéneas caracterizadas por disposiciones antisociales etiológicamente diversas.
De esta forma, el término de TAP es mucho más limitado que el de psicopatía, especial-mente porque esta restringido fundamentalmente a indicadores conductuales. Adicionalmente, Cunningham y Reidy (1998) han señalado una serie de debilidades en el constructo diagnóstico del TAP que se han expuesto en la literatura especializada, lo que ha provocado incertidumbre en relación con su confiabilidad y validez en aplicaciones forenses. Asimismo, otros autores han llamado la atención con respecto al sobre-diagnóstico que produce el TAP, ya que en poblaciones forenses la prevalencia del mismo oscila entre un 50 y un 80% mientras que solamente de un 15 a un 25% son clasificados como psicópatas, de acuerdo a los criterios del PCL-R (Bodholdt y otros, 2000).
Dentro de esta diferenciación conceptual de la psicopatía con otras clasificaciones diagnósticas, es importante retomar el aporte de Hare (1970) en el sentido de distinguir al menos tres tipos de psicópatas: el primario, el secundario y el disocial. En su opinión, solo el psicópata primario es un «verdadero psicópata» y las otras categorías combinan un grupo heterogéneo de sujetos antisociales hallados usualmente en poblaciones penales.
Los actos antisociales o violentos cometidos por psicó-patas secundarios se asocian frecuentemente con problemas emocionales severos así como con conflictos internos. Por su parte, los psicó-patas disociales se caracterizan por su com-portamiento agresivo y antisocial, el cual es aprendido de su sub-cultura (pandilla o familia). Sin embargo, este autor ha enfatizado que los patrones motivacionales, la estructura de personalidad, historia clínica, respuesta al tratamiento y prognosis son sustancialmente diferentes en psicópatas primarios y que por lo tanto es un error el categorizar a otros grupos criminales como verdaderos psicópatas. En contraste con los psicópatas primarios, los psicópatas secundarios y disociales son capaces de experimentar culpa y remordimiento así como relaciones interpersonales afectivas significativas.
En consonancia con lo anterior, Bartol (1999) ha enfatizado que las conductas e historias de vida de psicópatas primarios tienen poca similitud con las de psicópatas secun-darios y disociales, y que son erróneamente clasificados como psicópatas debido a sus elevadas tasas de reincidencia. Sugiere este autor la utilización del concepto «sociópata», al igual que muchos criminólogos y sociólogos, para explicar el comportamiento delictivo de ofensores repetitivos que no parecen responder apropiadamente al tratamiento y a la prisión.
De forma similar, Lykken (1995) sostiene que los psicópatas primarios experimentan de forma atenuada la ansiedad y el miedo. Este autor ha propuesto la hipótesis del «bajo cociente de miedo» que explica la diferencia entre las personalidades psicopáticas y las sociopáticas. En la concepción de Lykken, los psicópatas se distinguen por peculiaridades biológicas que los hacen difíciles de socializar. Ellos muestran bajos niveles de miedo, pobre miedo condicionado y pobre aprendizaje de la evitación. Por el otro lado, los sociópatas son el resultado de la incompetencia de sus padres para cumplir con la función fundamental de socializar sus hijos. Sus cualidades innatas se encuentran en un rango normal amplio. Es así que este autor enfatiza en la idea de que debido a que la socialización es el producto de peculiaridades genéticas y la calidad de las experiencias de socialización, el psicópata y el sociópata son puntos extremos de un mismo continuun. Lykken ha argumentado más recientemente (1998) que la mayoría de teorías de la psicopatía postulan una peculiaridad congénita (ya sea en el temperamento o en el funcionamiento del cerebro), pero que un «caso puro» de psicopatía es relativamente raro.
En síntesis, tal y como Millon y Davis (2000) lo han expresado, se considera que los psicópatas poseen una predisposición congénita hacia el trastorno, mientras que los sociópatas son físicamente normales, pero que desarrollan características antisociales debido a una socialización hostil o incompetente, principalmente por una crianza defectuosa. Por el otro lado, la APA ha escogido una categorización de la personalidad antisocial basada en un modelo de desviación social y orientada conductualmente. Sin embargo, en lo que resta del presente artículo nos centraremos en el concepto del «verdadero» psicópata, el psicópata descrito por Cleckley y Hare, entendido en términos de rasgos de personalidad y de comportamientos. El modelo de psicopatía que subyace al PCL-R representa avances significativos en la evaluación de la psicopatía, ya sea en el ámbito clínico como en el campo de la investigación es considerado como “lo último del estado del arte” (Fulero, 1995; Meloy y Gacono, 1998). Además, se ha descrito como la escala por excelencia para la evaluación de la psicopatía (Gacono, 2000) y como una «herramienta poderosa» por medio de la cual la prevalencia y presentación de la psicopatía puede ser explorada confiablemente en diversas culturas (Cooke, 1998).
La lista de chequeo de la Psicopatía (PCL)
Debido a la gran necesidad en el campo de la psicología forense de contar con criterios científicos que apoyen las distintas decisiones que se deben tomar en el ámbito legal y profesional es que investigadores y clínicos se han dado a la tarea en décadas recientes de validar empíricamente las teorías que han venido utilizando. El PCL, desarrollado por Hare (1980) y su revisión posterior PCL-R (Hare, 1991) provee gran validez y confiabilidad evaluando el constructo clínico tradicional de psicopatía. Es utilizado ampliamente con propósitos de investigación y para la toma de decisiones en los campos de la salud mental y el sistema de justicia criminal en Norteamérica y Europa. Es un fuerte predictor de reincidencia y de violencia en ofensores y pacientes psiquiátricos, por lo que forma parte de metodologías especializadas para la evaluación del riesgo.
La psicopatía es usualmente considerada un trastorno de personalidad definida por una constelación de características afectivas, interpersonales y de estilo de vida. Afecti-vamente, los psicópatas se caracterizan por emociones superficiales y cambiantes, por una incapacidad para formar vínculos duraderos con otras personas, principios o metas, y carecen de empatía, ansiedad, y de genuina culpa o remordimiento. Interper-sonalmente son grandiosos, egocéntricos, manipuladores, dominantes, persuasivos y calculadores. Conductualmente son impul-sivos y buscadores de sensaciones y fácilmente violan las normas sociales. Expresiones características de esta predis-posición son la criminalidad, el abuso de sustancias así como la dificultad para cumplir obligaciones sociales y responsabilidades (Hare, 1991).
Los psicópatas son predadores que utilizan su encanto, manipulación, intimidación y violencia para controlar a otros y para satisfacer sus propias necesidades. Al carecer de “conciencia” y de sentimientos por los demás, encuentran fácil tomar lo que quieren y hacer lo que les plazca, sin un sentimiento de culpa y sin lamentarlo. Los podemos encontrar en todas las razas, culturas, grupos étnicos y niveles socio-económicos (Hare, 1993; Hare, 1998a).
Al igual que todos los trastornos de la personalidad, la psicopatía tiene un origen temprano. Sus síntomas son usualmente evidentes en la niñez y puede ser evaluada confiablemente en adolescentes. Es un trastorno crónico y generalmente persiste en la edad adulta, aunque pueden haber algunos cambios en el patrón de síntomas aproxima-damente a los 45 años (Hare, 1991).
El PCL-R es una escala de 20 ítems que se completa con base en una entrevista semi-estructurada y una revisión detallada de información colateral o de expedientes. Cada ítem es puntuado en una escala de 3 puntos de acuerdo a cada criterio específico. El puntaje total, el cual varía de 0 a 40, provee un estimado de hasta qué punto un determinado sujeto se asocia con el prototipo de psicópata. Para propósitos de investigación, un puntaje de 30 es usualmente indicativo de psicopatía, aunque algunos investigadores han obtenido buenos resultados con puntajes corte tan bajos como 25 (Hare, 1998b).
Al PCL-R le subyace una estructura estable de dos factores. El Factor 1, narcisismo agresivo, en términos de Meloy (1992), consiste de un conjunto de ítems que se relacionan principalmente con aspectos afectivo-interpersonales de la psicopatía, tales como el egocentrismo, tendencia a la manipulación y al engaño, emociones superficiales, y ausencia de empatía, remordimiento o culpa. El Factor 2, estilo de vida antisocial (Meloy, 1992), se relaciona con aspectos conductuales como la impulsividad, irresponsabilidad, estilo de vida inestable, así como con la violación persistente de normas sociales. Algunos estudios han indicado que el Factor 1 correlaciona positivamente con evaluaciones clínicas de psicopatía, así como con diagnósticos de trastornos de personalidad narcisista e histriónico, mientras que correlaciona negativamente con medidas de empatía y ansiedad. Por su parte, el Factor 2 esta positivamente correlacionado con diagnósticos de Trastorno de Personalidad Antisocial y conducta criminal (Hare, Hart, y Harpur, 1991).
Las propiedades psicométricas del PCL-R están bien establecidas con población penal y con pacientes forenses masculinos. Existe también evidencia suficiente de su confiabilidad y validez con ofensoras femeninas y pacientes psiquiátricas. Salekin, Rogers, Ustad y Sewell (1998) sostienen que, aunque la prevalencia es menor en mujeres, la psicopatía también se presenta en esta población. Asimismo, algunos estudios han constatado que el PCL-R es una medida válida y confiable con población femenina (Vitale y Newman, 2001; Vitale, Smith, Brinkley, y Newman, 2002). Del mismo modo, con solamente unas pequeñas modificaciones, el PCL-R ha probado ser útil con ofensores adolescentes (Hare, 1991; Hare, 1998b). Una versión breve de 12 ítems (PCL: Screening Version), que sirva como filtro para evaluar psicopatía en poblaciones forenses o como instrumento de investigación con poblaciones no criminales, incluyendo pacientes psiquiátricos, ha sido desarrollada. Los requerimientos de confiabilidad y validez fueron alcanzados satisfactoriamente (Hart, Hare y Forth, 1994).Algunas aplicaciones del PCL-R en ámbitos de la Psicología Forense
Psicopatía, Delito y Violencia
De acuerdo con Hart (1998b), la relación entre la psicopatía y la violencia ha generado mucha discusión teórica. Sin embargo, pareciera existir un consenso creciente en que la violencia de los psicópatas se puede ubicar (al menos en parte) en un déficit en sus funciones afectivas.
Aunque muchos psicópatas se involucran en conductas criminales de forma crónica, sola-mente una pequeña minoría de los criminales son psicópatas. Hare (1991) ha estimado que el 23% de prisioneros adultos masculinos en Norteamérica son psicópatas de acuerdo con los puntajes obtenidos en el PCL-R. Otro resultado interesante en este sentido es el obtenido por Hart, Kropp y Hare (1988) en un estudio con 231 prisioneros masculinos prontos a ser liberados en el que encontraron que el 30% puntuó 34 o más en el PCL. De igual forma, resulta significativo el estudio de Coid (1996, citado en Coid, 1998), en el que 73% de prisioneros ingleses ubicados en unidades especiales puntuó 30 o más en el PCL-R.
A pesar de que la psicopatía esta fuerte-mente relacionada con comportamientos ile-gales y antisociales, ésta no debe confundirse con la conducta criminal en general. Los psicópatas son cualitativamente diferentes de aquellos que rutinariamente cometen crímenes. La conducta antisocial de los primeros pareciera estar motivada por distintos factores que la de los no psicópatas, por lo que usualmente sus modos de operar y aspectos del crimen relacionados con sus víctimas en general son también diferentes (Hare, 1999). Los psicópatas son especialmente propensos a atacar desconocidos y la violencia que comenten es frecuentemente impulsiva y motivada por ganancia personal, oportunismo, venganza o sadismo. Algunos autores han señalado que debido al hecho de que los psicópatas tienen una predisposición tanto al delito predatorio como al oportunista, su violencia podría entenderse como “instrumentalmente impulsiva”, es decir, realizan actos violentos dirigidos hacia una meta pero que al mismo tiempo son poco planeados (Hart y Dempster, 1997). Además, tienden a utilizar más amenazas y armas que los criminales violentos no psicópatas (Serin, 1991; Hart, 1998a). Como lo ha resumido claramente Hare (1999), “...la violencia de los psicópatas tiende a ser más instrumental, desapasionada y predatoria que la de otros ofensores” (pp. 187).
Los psicópatas inician sus carreras criminales más temprano, cometen más tipos de ofensas y en mayor cantidad que los no psicópatas. Generalmente son caracterizados como criminales de alta densidad y versátiles. Aún cuando se encuentran encarcelados, se involucran más frecuentemente en conductas destructivas que otros prisioneros (Hare y McPherson, 1984; Hart y Hare, 1996). En este sentido, Cooke (1994, citado en Coid, 1998) encontró en un estudio con prisioneros escoceses que la psicopatía se asociaba con una mayor probabilidad de ser recluidos en condiciones más restringidas, exhibir más ofensas (violentas y no violentas) así como una historia de infracciones disciplinarias mientra se encontraban encarcelados.Psicopatía, Reincidencia y Evaluación del Riesgo
Hart y otros (1988) descubrieron que era cuatro veces más probable que los psicópatas fallaran en su libertad bajo palabra luego de liberados. Luego de 3 años de seguimiento, el 80% de los psicópatas había fallado, mientras que solamente un 20% de los no psicópatas lo había hecho en ese mismo período.
En otro estudio realizado por Serin y Amos (1995), en el que siguieron a una muestra de prisioneros masculinos por 8 años después de su liberación de una prisión federal en Canadá, determinaron que en un lapso de 3 años los psicópatas habían cometido otro delito en más del doble de las veces que los no psicópatas lo habían hecho. Además, en ese mismo período habían cometido cuatro veces más crímenes violentos que los no psicópatas.
En un estudio de reincidencia conducido por Harris, Rice y Cormier (1991), en el que examinaron la relación entre psicopatía (medida con el PCL-R) y violencia luego de liberados (expedientes policiales y hospitalarios) en un grupo de 166 pacientes psiquiátricos forenses que había completado un programa de tratamiento institucional, se determinó que luego de un seguimiento promedio de 10 años en libertad, el PCL-R predijo adecuadamente en un 77% de los casos que reincidirían y en un 79% de los que no lo harían. De la misma forma, Harris, Rice y Quinsey (1993) encontra-ron que el PCL-R era el predictor más impor-tante de reincidencia violenta en una muestra grande de ofensores liberados de una unidad de máxima seguridad.
Son muchos los estudios que podrían citarse en los cuales se confirma una relación estrecha entre psicopatía y reincidencia. Algunos se han realizado con ofensoras femeninas, pacientes psiquiátricos forenses, ofensores sexuales y con ofensores adolescentes (Hemphill y Hare, 1998; Hare, 1999) y los resultados parecieran similares en magnitud que los citados anteriormente. En general, en el primer año luego de su liberación, los psicópatas son aproximadamente 3 veces más propensos a cometer una nueva ofensa y aproximadamente cuatro veces más propensos a reincidir violentamente que los no psicópatas.Hemphill, Templeman, Wong y Hare (1998), realizan un estudio comparativo para establecer la idoneidad de cuatro escalas para medir riesgo de futura violencia y el PCL-R. Ellos concluyeron que en general, el PCL-R y las escalas se comportan igualmente bien en la predicción de reincidencia general, pero el PCL-R predijo la reincidencia violenta significativamente mejor que lo hicieron las escalas. Esto lo explican debido a que este instrumento provee unas bases teórica y clínicamente significativas para la evaluación de la peligrosidad y el riesgo de reincidencia, ya que sus 20 ítems capturan la mayoría de las características y conductas importantes para entender y predecir el comportamiento criminal.
De esta forma, la psicopatía es un factor de riesgo significativo de violencia. Los puntajes del PCL-R predicen la violencia significativamente mejor que el azar y que otros factores demográficos, clínicos y de historia criminal, y en términos absolutos, lo hace moderadamente bien. El constructo de psicopatía es entonces uno de los más fuertes predictores de violencia identificados en la literatura de investigación empírica (Hart, 1998b). En opinión de este autor, la psicopatía es un factor necesario de evaluar en cualquier evaluación del riesgo, pero no es suficiente por sí misma. Además, es importante tener claro que no todos los sujetos en alto riesgo de futura violencia son psicó-patas. Estos pueden representar un alto riesgo debido a otros factores tales como ideación homicida, sadismo sexual, desajustes neuro-químicos, delirios o ideas paranoicas, etc.Psicopatía y Agresión Sexual
Los ofensores sexuales son un grupo heterogéneo en lo que respecta a sus necesidades de tratamiento, historia delictiva, niveles de riesgo y perfiles de personalidad (Barbaree, Seto, Serin, Amos y Preston, 1994; Porter, Fairweather, Drugge, Herve y Boer, 2000). Además, existe evidencia significativa de que la naturaleza multidimensional de la agresión sexual esta determinada por una multiplicidad de variables interactuantes (Knight, 1999; Malamuth, 1998). De esta forma, no es sorprendente que diversos estudios han determinado que la prevalencia de psicopatía (medida por el PCL-R) es mucho menor en abusadores sexuales de menores (10-15%) que en violadores u ofensores “mixtos” (40-50%). Además, las ofensas de ofensores sexuales psicópatas son más violentas o sádicas que las de otros ofensores sexuales (Barbaree y otros, 1994; Hare, 1999b; Porter y otros, 2000; Seto y Barbaree, 1999).
La prevalencia de psicopatía parece ser relativamente alta entre violadores convictos. En un estudio llevado a cabo por Forth y Kroner (1994, citado en Hare, 1999a), se reportó que en una prisión federal canadiense el 26.1% de 211 violadores, el 18.3% de 163 ofensores sexuales mixtos (incluyendo abusadores de niños) y el 5.4% de 82 ofensores incestuosos eran categorizados como psicópatas con el PCL-R. Dentro de este grupo de violadores se encontraban 60 quienes eran violadores en serie o que habían matado a su víctima; el 35% de éstos resultó ser psicópatas. De forma similar, Firestone, Bradford, Greenberg y Serran (2000) encontraron en un estudio realizado con 539 ofensores sexuales que los puntajes en el PCL-R del grupo de violadores fueron significativamente más altos que aquellos obtenidos por abusadores de menores y ofensores incestuosos.
De acuerdo con Robert Hare (1999b) es muy probable que muchos ofensores sexuales, y la mayoría de los que son psicópatas, sean condenados por una ofensa no sexual más que por una sexual. Muchos de ellos no son ofensores sexuales especializados, más bien son generalmente ofensores versátiles. En este sentido, Brown (1994) examinó la relación entre niveles de psicopatía y algunos factores de riesgo y motivaciones usualmente asociadas con la ofensa sexual en un grupo de violadores canadienses encarcelados. Los resultados apoyaron fuertemente la hipótesis de que los ataques sexuales cometidos por los psicópatas estarían motivados más a menudo por elementos de oportunidad que de gratificación sexual. Lo que viene a confirmar lo planteado por Hare en relación con la versatilidad criminal característica de ofensores sexuales psicopáticos. Esta misma relación pudo ser constatada en un estudio realizado en nuestro país recientemente (Saborío, 2002) y en el que el PCL-R se utilizó de forma exploratoria, obteniéndose importantes resultados en cuanto la aplicabilidad del mismo y en relación con los índices de confiabilidad obtenidos.
Los ofensores sexuales son generalmente resistentes al tratamiento, pero los que además son psicópatas son propensos a reincidir más pronto y más a menudo (Hare, 1999b). De acuerdo con un estudio de seguimiento con violadores y pedófilos que fueron tratados psicológicamente, realizado por Quinsey, Rice y Harris (1995), más del 80% de los psicópatas y solamente cerca del 20% de los no psicópatas habían reincidido violentamente en un período de 6 años luego de su liberación. Muchas de las ofensas fueron sexuales en naturaleza.
En esta misma línea de investigación, Rice y Harris (1997), desarrollaron un estudio de seguimiento con una muestra de 288 ofensores sexuales, en el que reportaron que el PCL-R fue altamente predictivo de reincidencia violenta en general. Por otra parte, la reincidencia sexual se predijo fuertemente por una combinación de un puntaje alto en el PCL-R y por evidencia falométrica de excitación sexual desviada (preferencia por estímulos desviados en un test falométrico). Interesantemente, encontraron que la desviación sexual puede ser un predictor más importante para pedófilos que para violadores.Harris y Hanson (1998, citado en Hare, 1999b) reportan que ofensores con un puntaje alto en el PCL-R y evidencia conductual de desviación sexual habían cometido más ofensas sexuales y no sexuales previamente y eran más propensos a reincidir violentamente que los otros ofensores.
Finalmente, es interesante analizar los resultados de Seto y Barbaree (1999) en un estudio con 216 ofensores sexuales, en el que reportaron que los de más alto riesgo de reincidencia fueron aquellos con un alto puntaje en el PCL-R y con la habilidad de convencer al terapeuta de que habían hecho un gran progreso en la terapia. Este es uno entre muchos estudios que cuestiona la pertinencia de brindar modelos de tratamiento tradicionales a poblaciones delictivas tan particulares como lo son los ofensores sexuales con tendencias psicopáticas. En este sentido, Seto y Lalumiere (2000) señalan que debido a la ausencia de apoyo empírico para los programas de tratamiento de ofensores sexuales y debido al peligro potencial al proveer tratamiento a sujeto psicopáticos, es recomendable el incluir a ofensores sexuales psicopáticos en programas de tratamiento únicamente si se cuenta con estrategias de evaluación de la eficacia del mismo, así como con modelos apropiados para la evaluación de la psicopatía.Psicopatía y Tratamiento
La mayoría de investigadores y clínicos son pesimistas acerca de la “tratabilidad” de los psicópatas. A diferencia de otros ofensores, los psicópatas sufren poco estrés, no ven nada equivocado en sus actitudes y compor-tamientos, y buscan tratamiento únicamente cuando les representa algún beneficio. No es sorprendente que los psicópatas obtengan poco beneficio de programas tradicionales en las prisiones, especialmente los enfocados al desarrollo de empatía, conciencia y habilidades interpersonales (Hare, 1999b).
No ha habido un modelo terapéutico metodológicamente reconocido o “programas de resocialización” que hallan demostrado que funcionan para población psicopática. Ogloff, Wong y Greenwood (1990) reportan que los psicópatas derivan poco beneficio de un programa de comunidad terapéutica diseñado para tratar ofensores con trastornos de personalidad. Sus resultados muestran que los psicópatas permanecen en los programas terapéuticos menos tiempo, están menos motivados y muestran menos progreso clínico que otros ofensores. Además, los psicópatas más frecuentemente se vieron envueltos en problemas de seguridad serios o violentos durante el tratamiento y a terminarlo prematuramente.
Rice, Harris y Cormier (1992) en un estudio de seguimiento encontraron que el índice de reincidencia violenta para los psicópatas tratados en un programa de comunidad terapéutica intensivo y extenso era aproxima-damente 50% mayor que para los psicópatas no tratados.
En este mismo sentido, Hemphill (1991, citado en Hare,1999a) encontró que el estimado de re-convicciones en el primer año luego de su liberación era el doble de alto para psicópatas tratados que para los no psicópatas.Hare (1999b) se hace la siguiente pregunta: ¿La terapia los vuelve peor? En su opinión, puede contestarse diciendo que la terapia de grupo y los programas orientados al insight pueden ayudar a los psicópatas a desarrollar mejores estrategias de manipulación, engaño y utilización de la gente, pero ayuda poco para que se entiendan a sí mismos.
Varios programas de tratamiento de corto plazo en prisiones inglesas (educativos, desarrollo de habilidades sociales) han mostrado poco efecto sobre los índices de reincidencia pos-liberación de ofensores con bajos y moderados puntajes en el PCL-R. Sin embargo, los mismos programas parecen “incrementar” este índice en ofensores con puntajes altos en el PCL-R (Clark y Thornton, 1999, citado en Hare, 1999a).
Entre los síntomas de psicopatía que representan especial problema para el desarrollo de psicoterapia se encuentran: la tendencia a mentir patológicamente (impide una comunicación honesta con el terapeuta), el sentimiento grandioso de sí mismo y la ausencia de remordimiento o culpa (difícilmente permite una motivación profunda para que el cambio se produzca), el afecto superficial y la carencia de empatía (imposibilitan el trabajo central de la terapia alrededor de las emociones), el encanto superficial y la conducta manipuladora, la tendencia al aburrimiento, así como la incapacidad para aceptar la responsabilidad por las propias acciones repercuten significativamente en la posibilidad de obtener beneficio de la terapia en personalidades psicopáticas (Losel, 1998).
Finalmente, debido a que se carece de evaluaciones terapéuticas bien controladas, ya sea por estudios realizados con diferentes grados de peligrosidad de los sujetos, variaciones en los enfoques metodológicos y teóricos para categorizarlos como psicópatas, grupos de control no equivalentes, hetero-geneidad de los grupos tratados, entre otros, es que no es apropiado enfatizar en un solo tipo de programa terapéutico (Losel, 1998). Lo que sí parece ser un hecho aceptado ampliamente es que deben evitarse enfoques terapéuticos tradicionales, los que han mostrado producir resultados contraproducentes.Consideraciones Finales
Probablemente la tarea más elegante y difícil de un psicólogo forense es la integración de hallazgos de varios procedimientos de evaluación en una imagen del evaluado empíricamente adecuada y teóricamente consistente. En el caso del diagnóstico de psicopatía, los resultados deben ser además rigurosos y defendibles (Meloy y Gacono, 2000). Es evidente que la evaluación de la psicopatía a través de métodos confiables y válidos representa una herramienta de gran importancia para el psicólogo forense. Sin embargo, en nuestro país se ha dejado en un segundo plano el desarrollo y aplicación de metodologías de evaluación psicológicas adecuadas a nuestras necesidades particu-lares. Debería contarse con baterías de pruebas psicológicas estandarizadas y adaptadas a poblaciones delictivas costarricenses, así como con estudios empíricos en el campo forense que permitan al profesional en psicología elaborar evaluaciones forenses con la rigurosidad científica requerida en los casos en los que interviene.
En páginas anteriores se ha podido constatar que la aplicabilidad de un modelo de psicopatía acorde con las tendencias actuales en países que sí invierten una gran cantidad de recursos en investigación científica, podría ser beneficioso en los distintos ámbitos en los que se inserta el psicólogo forense costarricense. Ya sea para realizar un peritaje forense o para evaluar la pertinencia de incluir a cierto tipo de ofensores en grupos terapéuticos especia-lizados (ofensores sexuales, casos de violencia doméstica), así como para determinar niveles de riesgo de violencia en cierto tipo de poblaciones (uso de armas) y para la concesión de ciertos beneficios que establece nuestro ordenamiento jurídico, una metodología de evaluación de la psicopatía tendría implicaciones importantes en la calidad de estas evaluaciones.
Para concluir, es importante destacar que se requiere mucha investigación aplicada con poblaciones costarricenses que permita la adaptación de modelos como el de la evaluación de la psicopatía de Hare (1991). Esta es una tarea que trasciende el interés inmediato de unos pocos, y en la que deberían involucrarse distintas instituciones vinculadas con la administración de justicia en nuestro país.
Referencias BibliográficasAguilar, M. (1994). La Psicología Forense en Costa Rica. En: Revista Judicial. Año XIX, Nº 60, pp.140-151. San José, Costa Rica
American Psychiatric Association. (1994). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders. (4ta edición). Washington, DC: American Psychiatric Association.
Barbaree, H.E., Seto, M.C., Serin, R.C., Amos, N.L., y Preston, D.L. (1994). Comparison Between Sexual and Nonsexual Rapist Subtypes. Sexual Arousal to Rape, Offense Precursors, and Offense Characteristics. Criminal Justice and Behavior, Vol. 21, 95-114
Bartol, C.R. (1999). Criminal Behavior: A Psychosocial Approach (5th ed.). Upper Saddle River, New Jersey: Prentice-Hall, Inc.
Bartol, C.R. y Bartol, A.M. (1999). History of Forensic Psychology. En: Allen K. Hess y Irving B. Weiner, The Handbook of Forensic Psychology (segunda edición, pp.3-23). John Wiley & Sons, Inc., New York, NY, USA.
Bodholdt, R.H., Richards, H.R., y Gacono, C.B. (2000). Assessing Psychopathy in Adults: The Psychopathy Checklist-Revised and Screening Version. En: C.B. Gacono, The Clinical and Forensic Assessment of Psychopathy. A Practitioner´s Guide. New Jersey: Lawrence Erlbraum Associates.
Brown, S.L. (1994). Sexual Aggression and Psychopathy Among Convicted Rapists: Static, Dynamic, and Motivational Precursors. Unpublished master’s thesis, Carleton University, Ottawa, Ontario, Canada.
Cleckley, H. (1976/1988). The Mask of Sanity. St. Louis , MO: C.V. Mosby.
Coid, J.W. (1998). The Management of Dangerous Psychopaths in Prison. En: Millon, T., Simonsen, E., Birket-Smith, M. y Davis, R.D. Psychopathy. Antisocial, Criminal, and Violent Behavior. The Guilford Press, New York, NY.
Cooke, D.J. (1998). Psychopathy Across Cultures. In D.J. Cooke, A.E. Forth, and R.D. Hare (Eds.), Psychopathy: Theory, Research and Implications for Society. (pp. 13-45). The Netherlands: Kluwer Academic Publishers.
Cunningham, M.D., y Reidy, T.J. (1998). Antisocial Personality Disorder and Psychopathy: Diagnostic Dilemmas in Classifying Patterns of Antisocial Behavior in Sentencing Evaluations. Behavioral Sciences and the Law, 16, 333-351.
Firestone, P., Bradford, J.M., Greenberg, D.M., and Serran, G.A. (2000). The relationship of deviant sexual arousal and psychopathy in incest offenders, extrafamilial child molesters, and rapists. Journal of the American Academy of Psychiatry and Law, 28, 303-308.
Fulero, S.M. (1995). Review of the Hare Psychopathy Checklist-Revised. En: J.C. Conoley & J.C. Impara (Eds.), Twelfth Mental Measurements Yearbook, (pp. 453-454). Lincoln, NE: Buros Institute.
Gacono, C.B. (2000). The Clinical and Forensic Assessment of Psychopathy. A Practitioner´s Guide. New Jersey: Lawrence Erlbraum Associates.
Gacono, C.B., y Meloy, J.R. (1994). The Rorschach Assessment of Aggressive and Psychopathic Personalities. Hillsdale, New Jersey: Lawrence Erlbaum Associates, Inc.
Hare, R. (1970). Psychopathy: Theory and Research. New York: John Wiley & Sons, Inc.Hare, Robert. (1980). A research scale for the assessment of psychopathy in criminal populations. Personality and Individual Differences,1, 111-119.
Hare, Robert, y McPherson, L.M. (1984). Violent and aggressive behavior by criminal psychopaths. International Journal of Law and Psychiatry, 7, 35-50.
Hare, Robert. (1991). The Hare Psychopathy Checklist-Revised. Toronto: Multi-Health Systems.
Hare, R.; Hart, S., y Harpur, T. (1991). Psychopathy and DSM-IV Criteria for Antisocial Personality Disorder. Journal of Abnormal Psychology. Vol. 100, Nº 3, 391-398.
Hare, Robert. (1993). Without Concience: The Disturbing World of the Psychopaths Among Us. New York: Pocket Books.
Hare, Robert. (1998a). The Hare PCL-R: Some issues concerning its use and misuse. Legal and Criminological Psychology. Vol. 3, 99-119.
Hare, Robert. (1998b). Psychopaths and Their Nature: Implications for the Mental Health and Criminal Justice System. En: Cooke, D.J.; Forth, A.E. y Hare, R.D. Psychopathy: Theory, Research and Implications for Society. Kluwer Academic Publishers, The Netherlands.
Hare, Robert. (1999a). Psychopathy and Its Implications For Society. University of British Columbia, Vancouver, Canada.
Hare, R.D. (1999b). Psychopathy as a risk factor for violence. Psychiatry Quarterly, 70, 181-197.
Harris, G.T., Rice, M.E. y Quinsey, V.L. (1993). Violent recidivism of mentally disordered offenders: The development of a statistical prediction instrument. Criminal Justice and Behavior, 20, 315-335.
Harris, G.T., Rice, M.E., y Cormier, C.A. (1991). Psychopathy and violent recidivism. Law and Human Behavior, 15, 625-637.
Hart, S.D.; Kropp, P.R. y Hare, R.D. (1988). Performance of Male Psychopaths Following Conditional Release from Prison. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 56, 227-232.
Hart, S.D.; Hare, R.; y Forth, A.E. (1994). Psychopathy as a Risk Marker for Violence: Development and Validation of a Screening Version of the Revised Psychopathy Checklist. En: Monahan, J. y Steadman, H. Violence and Mental Disorder. Developments in Risk Assessments. The University of Chicago Press, Chicago.
Hart, S.D.; y Hare, R. (1996). Psychopathy and risk assessment. Current Opinion in Psychiatry, 9, 380-383.
Hart, S.D. y Dempster, R.J. (1997). Impulsivity and Psychopathy. En: C.D. Webster, & M.A. Jackson (Eds.), Impulsivity. Theory, assessment and treatment (pp. 212-232). New York, NY: The Guilford Press.
Hart, S.D. (1998a). Psychopathy and Risk for Violence. En: Cooke, D.J.; Forth, A.E. y Hare, R.D. Psychopathy: Theory, Research and Implications for Society. Kluwer Academic Publishers, The Netherlands.
Hart, S.D. (1998b). The role of psychopathy in assessing risk for violence: Conceptual and methodological issues. Legal and Criminological Psychology, 3, 121-137.
Hemphill, J.F. y Hare, R.D. (1998). Psychopathy and recidivism: A review. Legal and Criminological Psychology, 3, 139-170.Hemphill, J.F., Templeman, R., Wong, S., y Hare, R.D. (1998). Psychopathy and Crime: Recidivism and Criminal Careers. En: Cooke, D.J.; Forth, A.E. y Hare, R.D. Psychopathy: Theory, Research and Implications for Society. Kluwer Academic Publishers, The Netherlands.
Hess, A.K. (1999). Defining Forensic Psychology. En: Allen K. Hess y Irving B. Weiner, The Handbook of Forensic Psychology (segunda edición, pp. 24-47). John Wiley & Sons, Inc., New York, NY, USA.
Kernberg, O.F. (1992). Aggression in Personality Disorders and Perversions. Yale University Press, Binghamton, New York.
Kernberg, O.F. (1998). The Psychotherapeutic Management of Psychopathic, Narcissistic, and Paranoid Transferences. En: Millon, T., Simonsen, E., Birket-Smith, M. y Davis, R.D. Psychopathy. Antisocial, Criminal, and Violent Behavior. The Guilford Press, New York, NY.
Knight, R.A. (1999). Validation of a typology of rapists. Journal of Interpersonal Violence, 14, 303-330.
Lykken, D.T. (1995). The Antisocial Personalities. Hillsdale, NJ: Erlbaum.
Lykken, D.T. (1998). The case of parental licensure. En: T. Millon, E. Simonsen, M. Birket-Smith, y R.D. Davis (Eds.), Psychopathy. Antisocial, Criminal, and Violent Behavior (pp. 122-143). New York, NY: The Guilford Press.
Livesley, W.J. (1998). The Phenotypic and Genotypic Structure of Psychopathic Traits. En: Cooke, D.J.; Forth, A.E. y Hare, R.D. Psychopathy: Theory, Research and Implications for Society. Kluwer Academic Publishers, The Netherlands.
Losel, F. (1998). Treatment and Management of Psychopaths. En: Cooke, D.J.; Forth, A.E. y Hare, R.D. Psychopathy: Theory, Research and Implications for Society. Kluwer Academic Publishers, The Netherlands.
Malamuth, N.M. (1988). A multidimensional approach to sexual aggression: Combining measures of past behavior and present likelihood. In: R.A. Prentky & V.L. Quinsey (Eds.), Human Sexual Aggression: Current Perspectives (pp. 123-132). New York, NY: Academy of Sciences.
Meloy, J.R. (1988). The Psychoparhic Mind: Origins, Dynamics, and Treatment. Jason Aronson Inc., Northvale, New Jersey.Meloy, J.R. (1992). Violent attachments. Northvale, NJ: Aronson.
Meloy, J.R. y Gacono, (2000). Assessing Psychopathy: Psychological Testing and Report Writing. En: C.B. Gacono, The Clinical and Forensic Assessment of Psychopathy. A Practitioner´s Guide. New Jersey: Lawrence Erlbraum Associates.
Millon, T., Simonsen, E. y Birket-Smith, M. (1998). Historical Conceptions of Psychopathy in The United States and Europe. En: Millon, T., Simonsen, E., Birket-Smith, M. y Davis, R.D. Psychopathy. Antisocial, Criminal, and Violent Behavior. The Guilford Press, New York, NY.
Millon, Theodore; y Davis, Roger. (2000). Personality Disorders in Modern Life. John Wiley & Sons Inc. New York, NY.
Newman, J.P. (1998). Psychopathic Behavior: An Information Processing Perspective. En: Cooke, D.J.; Forth, A.E. y Hare, R.D. Psychopathy: Theory, Research and Implications for Society. Kluwer Academic Publishers, The Netherlands.
Ogloff, J., Wong, S., y Greenwood, A. (1990). Treating criminal psychopaths in a therapeutic community program. Behavioral Sciences and the Law, 8, 81-90.Porter, S., Fairweather, D., Drugge, J., Herve, H., and Boer, D.P. (2000). Profiles of Psychopathy in incarcerated sexual offenders. Criminal Justice and Behavior, 27, 216-233.
Quinsey, V.L., Rice, M.E., y Harris, G.T. (1995). Actuarial Prediction of Sexual Recidivism. Journal of Interpersonal Violence, 10, 85-105.
Rice, M.E., Harris, G.T., y Cormier, C.A. (1992). An evaluation of a maximum security therapeutic community for psychopaths and other mentally disordered offenders. Law and Human Behavior, 16, 399-412.
Rice, M.E., y Harris, G.T. (1997). Cross-Validation and Extension of the Violence Risk Appraisal Guide for Child Molesters and Rapists. Law and Human Behavior, 21, 231-241.
Saborío, C. (2002). Psychopathy and Sexual Violence: A study with incarcerated Costa Rican rapists. Tesis para optar por el título de Maestría en Psicología Forense. John Jay College of Criminal Justice, City University of New York (manuscrito sin publicar).
Salekin, R., Rogers, R., Ustad, K., y Sewell, K. (1998). Psycopathy and recidivism among female inmates. Law and human behavior, 22, (1), 109-128.
Serin, R.C. (1991). Psychopathy and Violence in Criminals. Journal of Interpersonal Violence, 6, 423-431.
Serin, R.C. y Amos, N.L. (1995). The role of psychopathy in the assessment of dangerousness. International Journal of Law and Psychiatry, 18, 231-238.
Seto, M.C., y Barbaree, H.E. (1999). Psychopathy, Treatment Behavior, and Sex Offender Recidivism. Journal of Interpersonal-Violence, 14, 1235-1248.
Seto, M.C. y Lalumiere, M.L. (2000). Psychopathy and Sexual Agresión. En: C.B. Gacono, The Clinical and Forensic Assessment of Psychopathy. A Practitioner´s Guide. New Jersey: Lawrence Erlbraum Associates.
Vitale, J., y Newman, J. (2001). Using the Psychopathy Checklist-revised with female samples: Reliability, validity and implications for clinical utility. Clinical Psychology: Science and practice, 8 (1), 117-132.
Vitale, J., Smith, S., Brinkley, Ch., y Newman, J. (2002). The Reliability and validity of the Psychopathy Checklist-revised in a sample of female offenders. Criminal Justice and Behavior, 29 (2), 202-231.
Wrightsman, Lawrence S. (2001). Forensic Psychology. Wadsworth/ Thomson Learning, Belmont, CA, USA.